Entrevista del periodista mexicano Alberto Castillo con Ricardo Cuadros a propósito de la novela El fotógrafo belga.
El viaje narrado en El fotógrafo belga, de Ricardo Cuadros, es tan largo, tan agotador, que uno se pregunta: ¿de qué está huyendo el personaje? Una novela es siempre un viaje, uno se acomoda en su sitio predilecto, abre las páginas de un libro y espera que el escritor nos lleve por el vértigo de un mundo que, a pesar de no ser del todo ajeno, no conocemos. Por supuesto que hay viajes plácidos, superficiales o internos y que cada uno de estos tendrá su particular interés. En el caso de El fotógrafo belga (RIL editores, 2006), de Ricardo Cuadros, el desplazamiento se da en varias direcciones: la física, a través de la que el protagonista, Waldo Pereira recorre ciudades de Europa y América: Larache y Marrakech, Marruecos; Ámsterdam, Holanda; Las Palmas y Barcelona, España; Santiago y Concepción, Chile. Pero también es un viaje interno, al mismo tiempo que un trayecto a lo largo de las letras.
Ricardo Cuadros construye un mundo de luz cegadora, en el que esta luz es un elemento muy importante. No sólo como elemento estético, sino también como metáfora de la existencia humana. CAMBIO conversó con este autor originario de Concepción, Chile y residente en Ámsterdam, Holanda, cuyo trabajo se podrá encontrar en el stand de RIL editores, en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería 2007, que se llevará a cabo del 22 de febrero al 4 de marzo.
Narras una serie de viajes y creo que es una especie de efecto de espejo sobre espejo, porque la novela, como género, es también un viaje, lo mismo que la vida del personaje. ¿Qué viaje es más importante en El fotógrafo belga y por qué?
En El fotógrafo belga la experiencia del viaje es paralela a la experiencia de la escritura. Waldo Pereira comienza a escribir cuando llega a Marruecos y se deja tentar por la idea de adentrarse en ese país, avanzar hacia el Sahara. De acuerdo a su responsabilidad profesional, después de pasar por Larache tendría que haber tomado inmediatamente un avión a Barcelona, donde lo esperaba una vida bastante grata, pero se desvía, se entrega a la llamada del desierto y de su propio delirio. Y mientras viaja, escribe lo que él mismo llama “una reconstrucción de sí mismo”.
¿Y qué hay de la relación entre la fotografía y la narrativa? ¿Es también una forma de atrapar un ángel, como Waldo quisiera hacerlo?
No es difícil establecer relaciones entre la fotografía y los géneros literarios. Cualquier fotografía acepta sin dificultad que se hable de ella como “poética”o “teatral”. Las secuencias de Muybridge son el primer acercamiento directo entre la fotografía y la narrativa y el resultado es espectacular, hasta el día de hoy. Poco después llega el cine, la narración cinematográfica, que es fotografía acelerada a 24 imágenes por segundo. En paralelo al cine la fotografía ha desarrollado un lenguaje narrativo propio, desde la popular foto-novela y el reportaje periodístico semi anónimo hasta Dorothea Lange o Sebastiao Salgado. Visto desde la literatura, creo que Cortázar decía que la fotografía es al cuento lo que el cine a la novela. En el caso de El fotógrafo belga la escritura comienza cuando Waldo Pereira se cansa, como él mismo dice, de andar dando “mordizcos en la luz” con sus cámaras y se adentra “en los paisajes de lo oscuro”.
Si tu novela fuera una fotografía, ¿qué género de fotografía sería?
En su técnica sería como algunas de las series en formato Polaroid de David Hockney, pero como proyecto narrativo supera las posibilidades de la fotografía.
¿Qué ha aportado tu propia experiencia de vida en un país distinto al que naciste a tu manera de abordar la narrativa?
Mucho. He vivido la mitad de mi vida en Holanda, en Europa, sin perder un solo día el contacto con Chile y Latinoamérica a través de la conversación, la escritura y la lectura, los viajes. Me muevo en un espacio mental de fronteras blandas, pero escribo en castellano y he terminado por hacer del idioma mi terruño, il mio paesse como dicen los italianos para referirise a su lugar natal. En Holanda soy un extranjero asumido, en Chile soy una especie de extranjero: sólo me siento verdaderamente en casa cuando leo y escribo en castellano.
¿Crees que hay sociedades, ciudades o países más propicios para la inspiración artística? Recordarás que por algunas décadas todo escritor latinoamericano que se respetase debía pasar una temporada en París, por ejemplo.
Juan Rulfo, Lezama Lima, Adolfo Bioy Casares, escribieron sin alejarse mucho de sus lugares natales. Nicanor Parra apenas ha salido de Chile en los últimos 30 años. Por su parte Cortázar escribió sus libros de madurez en París, Gabriela Mistral se fue de Chile antes de cumplir los 25 y sólo regresó de manera definitiva en un ataúd, Juan Carlos Onetti llegó a Madrid y al poco andar se acostó y convirtió su dormitorio en su taller y avión privado. La musa, el Espíritu, el daimon, hacen de las suyas donde se les antoja, a las horas más inesperadas, y lo mismo te puede patear el trasero en Creta que en Arica. No obstante lo dicho, creo que salir del lugar de nacimiento y crianza, visitar lugares que no aparecen en las guías de turismo, ojalá con poco dinero y los sentidos abiertos a las novedades, será siempre una experiencia favorable al reordenamiento de los puntos de vista, la duda, las preguntas que mueven a escribir.
Esta es una pregunta personal: ¿por qué decidiste que el fotógrafo tuviera pasaporte belga? ¿Tienes algún nexo especial con Bélgica?
En mi imaginario, Bélgica ocupa un lugar curioso. Es el único país europeo cuyo gentilicio es asexuado, lo que lo acerca a mi ciudad natal, Concepción, cuyo gentilicio tampoco reconoce diferencias masculino femeninas. Claro, el caso de Concepción es más exótico porque se nos llama “penquistas”, en relación con Penco, un pueblo costeño que hoy todavía existe y cuyo gentilicio es “pencón”. Resulta que originalmente Concepción fue levantada en el lugar donde ahora está Penco, a mediados del XVI. Dos siglos más tarde la destruyó un terremoto y decidieron refundarla unos 10 kilómetros tierra adentro, donde hoy se encuentra. ¿Cómo fue que tomó el gentilicio de Penco, cuando siempre se llamó Concepción y Penco no existía antes de la refundación? Nadie ha sabido explicarme este misterio. Volviendo a la novela: cuando Waldo Pereira obtiene el pasaporte belga mediante su amistad con Louise Armand, no sabe que su historia terminará titulándose El fotógrafo belga! Acuérdate que el editor que convirtió los cuadernos de Pereira en libro dice, en las últimas líneas de éste, que el título “estaba escrito en la tapa del último cuaderno, con otra letra, probablemente la de Armando Toledo”.
Waldo, y los personajes alrededor de él, están siempre camino a algún sitio. ¿Qué te permite decir este destino en movimiento oponiéndolo a una tradición de novelas latinoamericanas en las que el terruño, el origen, es también el destino?
Es muy cierto lo que dices, sobre los personajes de la novela. Cuando terminé de escribirla me di cuenta que Waldo Pereira no cumple con el clásico ida y vuelta de gran parte de los viajeros de la literatura latinoamericana. El modelo de este personaje no es Ulises sino más bien un tripulante del buque fantasma The Flying Dutchman. Su país, su familia, incluso su profesión, producen en él un efecto centrífugo, un alejamiento creciente del centro, como una nave intergaláctica que se salió de órbita. Pero la novela tiene a la vez una circularidad fuerte, hace la figura de serpiente que se muerde la cola: comienza en Larache con la frase “haces la foto y te largas”, y al cierre del relato, Waldo Pereira deja de escribir, descansa, se entrega a su propia desaparición, sólo cuando ha conseguido, digamos, “hacer la foto”. La relación entre aquello que quería fotografiar al comienzo (la tumba de Jean Genet) y lo que fotografía al final (un marroquí entre las dunas, rey y asesino falso, pura proyección de su delirio) es estrecha: para Waldo se trata de figuras masculinas en las que se mezclan el amor, la marginalidad, el crimen, figuras que representan la posibilidad de alcanzar la plenitud mediante una conducta no regulada por la ley de la buena ciudadanía, del buen burgués, sino por la ley no escrita y no siempre amable del propio deseo.
Me gustaría que me comentaras algo acerca del lenguaje: hay una especie de español panhispánico. ¿Fue una búsqueda estética?
Antes que recurso estético, el léxico impuro de mi narrativa resulta de mi experiencia cotidiana. En Amsterdam, en una misma semana puedes hablar con amigos o conocidos de siete o más países de habla hispana, desde México hasta la Patagonia, pasando por El Caribe y España. Después de 25 años de esta práctica, ya no sabes si se dice coche, carro, auto o automóvil o mejor dicho ya sabes que se puede decir de cualquiera de esas formas y que siempre habrá alguien que te entienda. En Chile el aguacate es una palta y una banana es un plátano. La guagua chilena es un bebé, mientras que en Cuba la guagua es un autobús, y así. El castellano híbrido de los exiliados, de los chicanos o los raperos bogotanos suele molestar a los nacionalistas y los filólogos de capa y espada, pero al resto de la gente nos parece normal que para las mismas cosas haya muchos nombres.
Me gustaría que me dijeras qué comentarios has recibido de tus lectores en Chile, ¿qué es lo que más les llama la atención?
Me parece un poco impudoroso hablar de las respuestas privadas de los chilenos que han leído la novela: sólo puedo decir que cada lector ha hecho su propia novela, lo que me satisface enteramente. Hay por lo menos tres respuestas públicas que sí puedo mencionar, la de Guadalupe Santa Cruz, Carlos Labbé y Adolfo Pardo. Cada uno de ellos hace un recorrido particular por el relato.
Alberto Castillo.