LA CIUDAD, EL CANTO, EL CUCHILLO
Cada uno había mostrado el pequeño tatuaje en la axila, semejante a un lunar estrellado, santo y seña de la hermandad. Estaban todos. Nunca antes se habían reunido y nunca más volverían a hacerlo. El jefe dijo la hora exacta y controlaron sus relojes, había dejado de llover y las goteras hacían un suave ruido de insectos en el patio. Ahmad Ali bajó la cabeza para repetir mentalmente, una vez más, los movimientos que tendría que hacer dentro de un rato: ‘Estás sentado en el banco de la plaza con la bolsa de deportes entre las piernas, la comitiva presidencial dobla la esquina y en ese momento controlas la hora’. Ahora usaba el reloj con la esfera hacia el interior de la muñeca. 'Esperas tres minutos exactos y te pones de pie, caminas hacia el Museo Arqueológico y apoyado en la palmera vieja enciendes un cigarrillo. Después te vas para la casa’. Abrió los ojos esquivando un sentimiento ingrato de ansiedad y miró a sus compañeros, que también parecían estar revisando mentalmente sus tareas.
Hola Luis.
Ahmad Ali tiene diecisiete años y nunca ha conocido otra realidad que la miseria y la represión. Tercer, cuarto, quinto mundo. Vive encerrado en una ciudad asfixiante, Egipto o Líbano, Angola, Gaza. Por favor dime qué te parece para seguir adelante.
Beso.
Andrea.
Andrea, hola.
En principio me parece bien. No estoy seguro de que convenga situar la acción en un país árabe, si bien entiendo que prefieras hablar de lo que conoces. Te repito que estamos atrasados. Espero la continuación.
Cariños, Luis.
´¿Alguna pregunta?’. Nadie dijo nada. ‘Bueno entonces’ agregó el jefe bajando la voz hasta el susurro: ‘cerremos los ojos para cantar’. Para Ahmad Ali seguía siendo extraño, un poco vergonzante, entonar unas estrofas del himno nacional para sí mismo, abriendo apenas los labios. Sabía que este ritual era parte de su formación de combatiente, un lazo espiritual que lo unía a sus compañeros y sus compatriotas, pero cada vez que comenzaba a cantar tenía que hacer un esfuerzo para sofocar la risa. Hijo tuyo predilecto por la gracia de mi Dios... Ahmad Ali oyó un suave eco de sus palabras, lleno el pecho de esperanza yo te ofrezco esta canción.Todos estaban murmurando el himno al mismo tiempo: Dulce patria por tu vida doy mi sangre,dulce patria por mi tierra doy mi honor. Callaron y Ahmad Ali mantuvo la mirada fija al frente, conmovido. Ya no se oían las goteras en el patio. El jefe dio la señal de partida. Tres salieron de la casa por el patio delantero, los otros saltando la tapia que daba a un baldío. Ahmad Ali caminó hasta la avenida esquivando la calle del mercado donde seguramente algún amigo lo detendría para conversar, dobló hacia la plaza y compró una revista de deportes. La última orden había sido clara: ‘Cualquier cosa extraña que veas, si sospechas que hay peligro, te das la media vuelta y te retiras´.
Hola Luis.
Ahmad Ali es alto y delgado, lleva camisa verde por encima del pantalón y sandalias de cuero. En la bolsa de deportes lo necesario para practicar box. Sus ojos esquivos delatan su nerviosismo, sin embargo se mueve con la agilidad habitual y nadie repara en él. Comentarios por favor, y continúo.
Beso.
Andrea.
Andrea.
Hablé hace un momento con míster J. Quiere ´la historia completa´ mañana en su pantalla o se acabó. No sé si está blufeando, pero mejor no arriesgarse y cumplir. No le envié nada todavía, por si cambiamos algo en la revisión. Estaré aquí toda la tarde, y la noche de ser necesario. ¿Tú andas bien? ¿Puedes continuar sin muchas pausas hasta el final? Dependemos de ti, socia querida.
Cariños. Luis.
Luis.
No te preocupes por mí. Trabajaré hasta terminar. Pedí algo de comer por teléfono y el niño ya se durmió. No creo que me interrumpa. Estoy muy metida en el relato, por lo que confío en tenerlo listo en unas horas.
Beso.
Andrea.
El banco de la plaza donde pensaba sentarse a esperar, el que tenía mejor vista a la bocacalle, estaba ocupado por tres mujeres silenciosas. ´Mala señal´ dijo una vocecilla en su cabeza. ´No seas burro; busca otro lugar y punto´. Dio un breve paseo entre los árboles y se reclinó en un borde de cemento, con la bolsa entre las piernas. Como era habitual a esas horas, a cualquier hora en realidad, había otros hombres y muchachos haciendo nada en la plaza. No llamaba la atención.
Sintió la boca reseca. Al otro lado de la calle vio a un vendedor ambulante de frutas y bebidas. Calculó que podría ir a tomarse un jugo de naranjas y volver a su puesto sin riesgo. Se desabrochó el segundo botón de la camisa. ‘Ahora no, aguanta un rato, no te muevas de tu puesto’.
Un hombre y una mujer llegaron al quiosco de la esquina, con aire distraído. Pidieron cigarrillos y él los pagó con las monedas que llevaba en la mano. A Ahmed Ali no le gustó ese gesto tan calculado ni su barba de dos días. La mujer era corpulenta, pelo corto, y no llevaba cartera. ‘Son agentes’ concluyó, con el apretón del miedo en la boca del estómago. ¿Debía irse? ¿Era esta una de las cosas extrañas que podían suceder? Era su primer operativo de importancia y no tenía a nadie para pedir ayuda o consejo. La pareja miraba ahora los escaparates de una zapatería, él con las manos en los bolsillos, ella señalando probablemente un par que le gustaba. Ahmad Ali sacó la revista de deportes de la bolsa y fijó la mirada en la página temblorosa. Faltaban solo unos minutos para que todo terminara. ‘Después pasas a ver a Tarik, te tomas un té con él, como si nada’. La pareja había desaparecido y un grupo de colegiales en uniforme cruzó la plaza riendo a gritos, imitando burlonamente a una profesora. El secundero del reloj llegó nuevamente al doce. ‘Ahora viejo maldito, aparece ahora’, rogó relajando los hombros, atento. En la esquina creyó ver a la mujer de aspecto hombruno subiendo a un auto que se detuvo lo justo para que ella pudiera hacerlo. La lluvia comenzó a caer nuevamente y Ahmad Ali vio avanzar el auto unos metros hasta detenerse ante la Oficina Central de Correos. La lluvia mojaba la revista en sus manos y a su alrededor la gente corría, alegre, buscando donde refugiarse del chaparrón.
Luis, hola.
¿Qué te parece?
Andrea.
Hola Andrea.
No sé si es conveniente que comience a llover. Este hecho estropea de antemano la posibilidad de que A.A. remate su tarea de vigilancia encendiendo un cigarrillo, ¿te das cuenta? Intenta continuar el relato con cielos nublados. Si quieres agrega un par de truenos, pero lluvia no. Más tarde corregimos el párrafo anterior, ¿vale?
Cariños. Luis.
Ahmad Ali sentía la lluvia en el pelo y las pestañas, entrándole por el cuello hacia la espalda. El automóvil detenido ante la entrada del correo le pareció enorme y lleno de ojos. A su alrededor no quedaba nadie y estaba hundido hasta los tobillos en un charco de agua. ´Lárgate, vete de aquí, pero no corras´. Se limpió la lluvia de la cara con un manotazo y echó a caminar en línea recta hacia el auto con la intención de pasar por su lado con aire indiferente, como si fuera a dejar una carta o a reunirse con alguien.
En ese instante las dos motos policiales que precedían la comitiva presidencial doblaron la esquina y Ahmad Ali se detuvo, retrocedió unos pasos; todavía podía cumplir con su deber.
- ¡Alto ahí, perro!
- ¡Al suelo!
- ¡Suelta esa bolsa!
Lo apuntaban pistolas y una metralleta. Levantó las manos. La comitiva presidencial, cinco camionetas negras, pasó a espaldas de Ahmed Ali sin muestras de alarma, como si la lluvia impidiera a los choferes ver al muchacho que había caído de rodillas y recibía un culatazo en la cabeza.
Hola Luis.
Ya ves, no era necesario cambiar la lluvia por cielos nublados. Esta chica sabe lo que hace, no te preocupes. El niño despertó, cosa rara, y le di algo de beber. Pobrecillo, me mira sin entender que mamá tenga que trabajar de noche. Ya comí algo, lo llevo a la cama y luego continúo. ¿Comentarios?
Beso, Andrea.
Andrea, cariño:
Jamás he dudado de tu capacidad de trabajo bajo presión; por algo te busqué a ti y a nadie más para este encargo. No seas así conmigo. Y no pasemos por alto que si mister J. aprueba la historia habrá trabajo. Más trabajo para todos. Un besito para Falah.
Luis.
Despertó en un lugar frío. Intentó moverse y gritó de dolor. Supo de inmediato que estaba en un lugar bajo tierra, seguramente una celda. Olió excrementos y sangre, tenía las manos atadas a la espalda y los ojos vendados. Oyó toser cerca suyo y aguzó el oído pero solo consiguió identificar una gotera sobre el suelo de cemento. Cayó en un grato sopor.
Lo despertaron al levantarlo del suelo y escupió un aullido, una gárgara salada.
- Este está reventado - lamentó uno de los hombres que lo arrastraba. La venda se corrió un poco y vio una mancha de sol en la pared. No recordaba interrogatorio o golpes. Lo dejaron caer en el mismo lugar.
- Pide permiso para dormirlo - dijo uno de los hombres.
Ahmad Ali quiso mover las rodillas, encontrar una posición menos dislocada pero no consiguió sino retorcerse débilmente. Era la luz del amanecer lo que veía por el resquicio de la venda. Oyó cómo su guardián encendía un cigarrillo. ‘Estaba lloviendo en la plaza’ pensó y su cuerpo dejó de sufrir, se redujo a la calma de su propia voz resonando en su cabeza, el atisbo de una franja iluminada del pasillo. Sabía que lo iban a matar. 'Con tal que no me muevan, es lo único que pido; con tal que no me muevan'. El guardián le corrigió la venda, lo devolvió a la oscuridad con un tirón que no le hizo daño. Entonces oyó un rumor uniforme de pasos, un ordenado trote por el pasillo, una voz de mando, la detención del batallón y el golpe de los tacones. Ahora sabía dónde estaba: el Regimiento de Acorazados en las afueras de la ciudad.
Hola Luis.
El niño ha demorado en dejarme tranquila, quizás le transmito mis sensaciones con solo tocarlo. Pobrecillo. Ahmad Ali está en las últimas y solo puedo pensar en él. Ojalá mister J. sea, como tú mismo has dicho, ´un productor de cine comprometido con la vida...´. La soledad de Ahmad Ali es infinita y no sé bien cómo expresarla.
Andrea.
Andrea.
Hay dos cosas que siempre has hecho bien: crear atmósferas y meterte en el alma de los personajes. No vuelvas a decir que ´no sabes cómo expresar´ la soledad de un moribundo o lo que sea ¿vale? Te quería decir que el apuro de Mister J. me pilló de sorpresa. Es un tipo serio. Me imagino que la urgencia se debe a que hay dinero por ahí, algún subsidio europeo con plazo a punto de expirar. Por el momento no vale la pena especular. ¡Adelante!
Recién sacados de la cama, atentos al rigor de sus propios movimientos, los jóvenes reclutas esperaban formados ante el mástil. El sargento llegó con la bandera, la puso en los brazos del izador y comenzó a pasar revista al batallón.
En la celda, uno de los hombres desenfundó su corvo, puso la rodilla en la espalda de Ahmad Ali, despejó el camino tirándolo por el pelo y lo degolló. El otro retrocedió un paso para evitar que el chorro de sangre le manchara las botas, le dio una palmada en el hombro a su compañero y le ofreció un cigarrillo encendido.
- Es la última vez que lo hago - dijo todavía en cuclillas - te lo juro, me tiene medio loco este ruidito.
Esperaron a que el cuerpo dejara de resollar, lo corrieron hacia un rincón y baldearon el enorme charco rojinegro. Regresaron al patio y asumieron posición de firmes, esperaron la orden del sargento para unirse al canto del himno nacional: Hijo tuyo predilecto por la gracia de mi Dios, lleno el pecho de esperanza yo te ofrezco esta canción. Dulce patria por tu vida doy mi sangre, dulce patria por mi tierra doy mi honor, cantaron a todo pulmón, las miradas fijas en la bandera que subió lentamente por el mástil hasta quedar ondeando en la fría claridad de la mañana.
Luis, hola.
La bandera ha de ser rojo granate, casi una pancarta en el cielo azul. Felah juega a mis pies con un oso de peluche y le habla en un idioma animal muy hermoso. Es todo por ahora. Es de noche. No me pidas más.
Andrea.
Andrea, querida.
El cuento es brutal y de mi parte no hay correcciones. Si le gusta, Mister J. seguramente nos pedirá que hagamos el guion. Sería genial. ¿Quieres darle una revisión antes de irte a la cama? Estamos justo a tiempo para enviarlo.
Luis.
Luis.
No. Si a ti te parece bien, es que está bien. Envíalo y buenas noches.
Andrea (bostezo, bostezo).
Andrea, buenos días.
Mister J. respondió hace un minuto. Felicita a la autora y sugiere ampliar la historia. Introducir algo de trama familiar, entre el inicio y las escenas en la plaza. Ponerle algo más de carne al bocadillo. Que Ahmad Ali rememore su infancia de niño descalzo por ejemplo, una madre viuda, un padre severo, algo. ¿Tienes tiempo para seguir adelante?
Luis.
Tiempo sí, ganas no. Lo siento.
Andrea.
Andrea, cariño.
Se me ocurre lo siguiente: chabolas en las afueras de la ciudad, el viento seco y caliente del desierto, una familia miserable. Ahmad Ali observa a su padre, que duerme vestido en un rincón, a su madre ocupada con el fuego y la comida. En los ojos del niño destella un brillo de dolor y rebeldía. El viento arrastra una revista vieja. Una historieta de héroes y villanos con sables y barbas espesas. ´Seré un guerrero´, piensa el niño. ¿Entiendes? Una escena que explique de alguna manera, que sirva de antecedente para su entrega a la lucha contra el dictador, el rey o lo que sea. ¿Qué me dices?
Luis.
Luis, hola:
Si lo que tú quieres, o mister J. quiere, es relleno, no cuentes conmigo.
Beso, Andrea.
Andrea.
Por favor. Estamos haciendo arte ¿vale? Arte, de artificio. Queremos llegar a un artificio adecuado para contar la trágica historia del Ahmed Ali, tu creación. ¿Relleno? Suena feo. Reconozco que no estuve muy brillante con lo de ´más carne en el bocadillo´ pero creí que estabas de mejor humor. Vayamos al grano. Si esto de la infancia y la historieta de héroes barbudos te repele, muy bien, tengo otra propuesta, que arranca de algo que ya escribiste. El chico boxea ¿verdad? Es flaco pero boxea. Muy bien. Va al gimnasio, salta la cuerda, suda la gota gorda, se pone los guantes y golpea, se agarra a puñetazos con una bolsa enorme. Un flaco furioso. Golpea la pobreza, la injusticia, pum, pam, el abuso que sufre su gente, ¡pam, pam!, descarga su frustración adolescente hasta quedar tiritando de cansancio. Allí mismo en el gimnasio conoce a un revolucionario y comienza su carrera de combatiente clandestino. El box lo conduce a un deporte más serio y peligroso: liberar a su pueblo de las garras del dictador, rey, presidente corrupto o lo que sea. Las cosas salen mal, pero Ahmad Ali es libre: muere por una causa, y con nuestro artificio artístico lo rescatamos del olvido, lo elevamos a la condición de héroe. ¿Te dice algo, esto que te propongo? ¿No te parece lógico?
Beso.
Luis.
Luis, amigo.
Esas escenas que imaginas a partir del cuento derivan de éste y podrían ser cien, mil más. Bien filmada, la peli de Ahmad Ali basada fielmente en mi cuento – sin relleno dramático alguno - es más que suficiente. Los espectadores harán lo mismo que tú: completar la historia en su imaginación, con lo que sientan mirando, escuchando, encerrados con él en una sala a oscuras, acompañándolo en su descenso al infierno, en nombre de una patria que igual sirve para justificar su lucha que para el cumplimiento del deber de los asesinos. El cuento es veloz; la película ha de ser lenta. No tengo mucho más que decir.
Andrea.
No quiero enfadarme contigo, pero tampoco voy a quedarme callado. Tu falta de flexibilidad es algo nuevo para mí y no me gusta. Andrea-la-muralla. ¿Crees que soy de goma y puedo rebotar eternamente? No. Tenemos una excelente historia entre manos, un productor con ganas de trabajar con nosotros, la posibilidad de ganar una suma considerable, de abrirnos puertas en este desgraciado mundo del cine. ¿Y qué haces tú? Frenas el proceso creativo en nombre de qué, me pregunto: ¿una cierta pureza? ¿Una poética de la sobriedad? ¡Estamos en el siglo XXI! ¡Andrea: necesitamos ganarnos el pan! Dime, en dos palabras, si quieres colaborar conmigo, seguir colaborando conmigo o terminamos con este asunto, que comienza a ser extremadamente enojoso.
Luis.
Luis.
Conozco el mundo de Ahmad Ali y la única manera de narrarlo, por escrito o con imágenes, es como lo escribí anoche. Todo lo demás me parece superfluo, endulcorado, indigno de su muerte. ¿Qué más quieres que te diga? Estoy comenzando a repetir mis argumentos contigo y no me gusta.
Andrea.
Andrea, querida Andrea.
Sé muy bien que conoces el mundo de Ahmad Ali. Sé muy bien quién fue el padre de Falah. Dime, y espero no parecer tosco: ¿porqué entonces no encaras directamente la historia del hombre que amaste? Quizás sería más doloroso, pero a la vez liberador. Mira, primero terminemos esta historia de Ahmad Ali y luego te adentras en la otra historia más personal. Espero, repito, no estar yendo demasiado lejos con mis palabras, pero tampoco quiero dejar esto a medias, por favor recapacita un poco, ¿vale?
Luis.
Luis.
Ya lo hice, hablé de él anoche, tecleando en este mismo computador. Hablé de él y de nadie más. La muerte prematura de un ser querido es un tema universal, pero cómo se matan los hombres entre ellos sigue siendo un misterio para mí. El cuerpo martirizado de Ahmad Ali no era el cuerpo que amé pero lo representa plenamente. Déjame en paz, ¿quieres? La sangre que formó un charco en la celda era igual que la suya. Falah es el hijo que Ahmad Ali no alcanzó a engendrar, el hijo del hombre que no supe retener a mi lado, el hombre que habría sido Ahmad Ali si no hubiera muerto antes. Yo soy la mujer que lo lloró a la distancia con amor inútil porque no lo pude salvar de sí mismo, del destino que eligió en nombre de la puta sociedad que lo vio nacer. El cerebro de los hombres es una casa de locos: él con su patriotismo de atún en una piscina de tiburones, tú con tus ímpetus de cineasta en ciernes, todos y cada uno con su idea del éxito y el heroísmo y el sacrificio. En fin. El cuento que me pediste ya lo tienes. Esta mañana me siento cansada, nadie sabe lo cansada que estoy y recuerdo a una mujer que conocí en un pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme, una mujer flaca que fue asediada por cinco soldados enemigos de su marido, una libanesa que defendió su casa y vio morir a dos de sus hijos. Les dijo ´hagan lo que quieran´ y los soldados hicieron con ella lo que tenían prohibido hacer con sus madres, sus hijas y sus hermanas. Haz lo que quieras con el cuento. Agrégale lo que te parezca conveniente, conviértelo en guion y ojalá que nos vaya bien con mister J. y nos caiga un chaparrón de dinero, para llevar a mi niño de vacaciones y comprarme un impermeable.
Andrea.
Hola Andrea.
Disculpa que no te haya respondido la semana pasada, no fui capaz, tus palabras me arrasaron. Quise llamarte por teléfono y tampoco tuve el valor de hacerlo. Hoy tampoco sé qué decirte, quizás pedirte que nos tomemos un café, pero de solo pensarlo siento una vergüenza absurda. Le expliqué a mister J. que tu cuento sobre Ahmad Ali es intocable, que tu parte en el proyecto estaba terminada y me ofrecí para escribir el mejor guion imaginable con cada una de tus palabras, escenas y secuencias. Primero no respondió, después me dijo que muchas gracias, pero no. Lo entiendo; en realidad lo entendí en el momento en que le envié el mensaje. Me lo pasé mal unos días, pero vale: era un buen proyecto y ya vendrán otros, eso es todo. Pienso en ti, Andrea, y me siento débil y fuerte al mismo tiempo. Todo esto es nuevo para mí. Quisiera estar cerca de ti, esa es la verdad. Dime si te parece bien que nos veamos.
Luis.
Andrea, hola.
Quizás te parezca una impertinencia, te prometo que este es mi último mensaje. Ayer te vi en el centro, cerca de la municipalidad. La distancia entre nosotros era de apenas una esquina, pero en ese instante acepté que nunca hablarás conmigo como yo quisiera. Tu silencio ya no me complica tanto. Saldré adelante. Viajo al norte la próxima semana, voy a filmar con Alejo, mi sonidista de siempre, y estaré ocupado un par de semanas. Solo quisiera agregar que tu cuento sobre Ahmad Ali es excelente. Lo he leído un par de veces, varias veces, y siempre encuentro algo nuevo en él. ¿Que si me gustaría saber cómo estás? ¿Cómo está Falah? ¿Qué estás escribiendo?
Sí, me gustaría, pero no voy a insistir porque ya entendí. Mejor dicho, no entiendo nada, pero así es la vida. Te deseo lo mejor, adiós Andrea, lo mejor para ti y el niño.
Un abrazo.
Luis.