LA VELOZ


Amantes, a ustedes, en su colmarse mutuamente,
pregunto yo para nosotros. Ustedes se tocan.
¿Tienen pruebas?

Rainer María Rilke.

A la memoria de Pauline Hattke (1963-1993)

Caracol de piedra y barro

entre las dunas africanas,

el caserío del encuentro.


A la sombra de los toldos

las bestias de carga

molían paja entre las muelas

y las mujeres molían grano.


Siete dejaron caer los brazos

cuando comenzaron a oír nombres,

siete lunáticos sudorosos

los nombres de ella en el aire.


El extranjero acabó su desayuno

y oyó también venir de afuera

el diminuto tambor de la sangre,

los suaves toques de lanza

que van despertando

la sonrisa del ombligo.


Fueron saliendo a la cita

fisgoneados por una vieja,

los ojos acostumbrados

al agua del sol en el horizonte.



Entonces la vieron venir

desde las arenas,

ave fabulosa con senos.












Supieron hacer la ronda

que se aprende mirando

para detener a la gacela.



Ella lo sabía todo.

¡Cómo no habría de saberlo!

si lo soñamos juntos

echados en el sillón rojo

leyendo a la madre imperfecta.


Se hizo un círculo para ella,

arrodillada levantó los labios

para recibir el goterón tibio,

el sacudón de cada gozo,

el temor suave a ser herida.


Tras las murallas

las niñas corrían

llevando el pan a casa.


"Vine para conocerte"

escribió en la arena.


Los ojos de aquella aparecida

respondieron "eso es cosa seria",

la risa de sus amigos.


Mi suerte estaba echada

aquel día preciso en África.


La bailarina bailó entonces

el Padre Nuestro en los basurales

de mi ciudad natal, yo la vi,

ahora mismo la estoy viendo.














Amasandera descalza,

sus piernas

podían hacerse cargo

de cualquier desequilibrio.


Mujer pájaro que sacude las nubes

para que llueva leche y vino

sobre los techos afiebrados.


El lagar de su corazón

de mujer pájaro.


Cuando ella se pone en movimiento

todo se mueve, muévese todo.


El pie derecho

Suspendido



(cinco cabecitas duras)   


Ese orden huidizo


La cabeza suya encima de su cuello.













Y el aire de la mañana se fue perfumando

con la espuma del sudor,

el sudor suyo repartido en conos,

los prodigios de la dislocación.


Hubo también intenciones

de hablar de aquel espectáculo

imitando el quehacer de los espejos

pero los destellos

eran francamente insoportables.


¡Estaba en movimiento!


La bailarina escapaba por naturaleza

ofreciéndome la colina de su empeine

mientras los basurales iracundos

encendían de rojo y negro el horizonte.


Las espinas repetidas del alba

dejaban marcas en sus pechos

como única explicación.


Puedo oír su danza

cuando me falta la luz:


Ella vuelve a estar aquí

frágil como un caballito de mar

en un pequeño mar de semen y espuma.


Las palabras que guardaba para mí

fueron "mi forma está en tus manos".











Diagonal

Pedro Aguirre Cerda

casi al llegar 

a Leidseplein.


Madrugada, bostezando, vencedores.


Valseamos en el escenario

desierto de Café Müller

entre las negras chimeneas

y nadie vino a decirnos nada.


En el mediodía fuiste entonces mi madre,

mis hermanas, el traspié más antiguo

que abre todas las puertas.


Suelo oír edificios viejos

derribados con dinamita,

una aguja, en sepia fulgurante.












Suelo recordarte con la boca pequeñita

(se diría un botón de rosa)

y tu nombre se desliza suavemente

entre mis labios, igual que la saliva

de los niños durmiendo la siesta.


En aquella época

(pudo ser un poco más tarde)

me decían que eras una pobre loca

y se burlaban de mi amor por ti.


¡Hubieras querido ver sus caras!


Un vehículo estrecho

me llevó por encima

de los campos en llamas

pero no te encontramos.


Incluso mis escupos

les causaban risa.


Después estuve llorando

hasta que me dormí otra vez.


* * *


En un agujero hecho en la pared

a su medida, un tipo canta.


Bebió rocío y lágrimas de mujer,

hasta que fue cantante.


Tralalá, dice moviendo el dedo gordo

de un pie, tralalá, tralalá. Se sabe vivo.


¿Ves, cómo todo pasa, así de rápido?


Es normal que vuelvas a presentarte,

es cierto. Están además todas tus

cartas. La brisa que me escalofría

el bajo vientre cuando beso

a La Mejor de tus reencarnaciones.


Mis heterónimos se inquietan,

mis señoritas de la casa de putas

que albergo en la caverna del paladar.


"Me dejaste cerca de la vida"

y otras frases para el bronce,

de aquellas que te hacían reír.

















Desacelerando, para verle mejor

la carota rozagante al porvenir.


Por eso es que digo,

cuando el botón entra en el ojal,

cuando me pega bien el viento:

sin ti nunca hubiera dado

con la entrada al desierto.


(no, no me fui con la caravana)


Escucha. Sé que me escuchas.

Si bien el chasquido de tu lengua

era de este mundo

la carga de tus dedos

llenaba los ojos de lágrimas.


No por nada solías decir

Ik ben niet bang in het donker

en aquel tugurio limeño

temblando como una huérfana.












Solamente los dioses

que duermen en su siempre

podrían soñar mis gracias

por el gemido de tu gozo.


Y corrimos a esperarte,

horda enamorada,

extranjeros todos,

delirando entre las dunas.


Sabiendo que vendrías.