La Discusión, Chillán, 22.03.1994.
Mauricio Ostria González.
El libro que reseñamos, Poemas del hambre y su perro, contiene poemas escritos en los últimos catorce años, de allí que en el prólogo el autor, junto a con declarar su ciudadanía linguística castellana, enfatice el “horizonte holandés” de sus textos. Cuadros vive en Holanda desde 1978.
El volumen está dividido en tres secciones. “Visión del ángel” (13-38), “Mención de la inmortal” (39-64) y “Poliedro” (65-89). En la primera se suceden imágenes veloces, furtivas, apenas insinuadas, en un estilo extraordinariamente seguro, límpido, depurado. Allí se agolpan nostalgias (“flecha en la carne de la memoria”), desarraigos (“siempre a punto de partir”), descolocaciones (“Nada/ nunca en su lugar”), apuntes de viaje, fugaces experiencias. Pero el signo que parece dominar es el del equilibrio inestable “del hambre y su perro”, “equilibrio terrible” en el que “el nómade ejercita su lengua” de poeta trasplantado, mientras intenta resolver sus contradicciones.
La segunda sección, escrita en clave apostrófica, agrupa breves poemas amatorios en que destaca, junto a la huida del cursi lenguaje traído del “orden del corazón”, la percepción despierta del amante, atenta a las más sutiles huellas de la amada (“con la oreja en tu vientre/ escucho el mar”; “dejó la fruta que comiste,/ su marca”; “Tu espalda es un rostro/que nunca me había mirado” (...) Respiras con tanta calma/ que se oye circular tu sangre/ por toda la casa”); así como el esfuerzo por construir un lenguaje de la fusión de lo dual (“Estabas quieta/ mirándome mirarte”; “Es ya de noche, dijo una voz/ y se desvanecieron sin apuro/ entre los motivos del kimono”).
La última, busca construir imágenes ambiguas, polisémicas, capaces de sugerir la multiplicidad del sujeto, con ecos huidobrianos y borgeanos. La máscara, el disfraz, el espejo, “el uno y el otro”, el trasvesti, el andrógino, el carnaval, el sueño, la “Apariencia intermedia/ en el el juego total de las apariencias”. Los nombres errados van configurando variaciones de un íntimo laberinto. “Entonces apareció mi rostro/ en el espejo de la ventana/ Puso allí el sobresalto/ de las noticias inesperadas/ pero el aire de la mañana/ lo borró despacio/ Cerrando la ventana del espejo”.
Un poemario que se afirma en el trabajo riguroso de la palabra adelgazada, tras el esfuerzo por llenar de sentido el signo breve, la sugestiva elipsis, la alusión apenas, la huella ligera de la memoria que se desvanece, quedando. En fin la agonía del sujeto que se busca, extrañado, en un mundo, de todos modos, ajeno.
Mauricio Ostria.