Entrevista del periodista costarricence Pablo Gámez con el escritor chileno Ricardo Cuadros sobre la novela El fotógrafo belga.
Aliento fresco en la súper abundancia literaria, El fotógrafo belga se presenta como una apuesta distinta en el panorama actual de la narrativa latinoamericana: la trama resume una búsqueda pero esta novela es el punto de llegada de un escritor en plena madurez lingüística y creativa. Ricardo Cuadros (Concepción, Chile, 1955) ha logrado tomar distancia de las raíces que lo fundan, a tal punto que logra fusionar una serie de estilos ajenos y lejanos dentro de la literatura chilena. El resultado es un libro cuya prosa seduce y abraza, silenciosamente tejida en las tramas que expone. Es de tal forma que a Cuadros se le puede tener como uno de los autores más originales de la actual narrativa en Latinoamérica. Su ritmo narrativo se confunde con la difícil sencillez de su estilo, producto de una cosecha que suma ya varias décadas de trabajo y de la configuración - consolidación - de un imaginario literario. Elementos, todos, presentes en el subsuelo del texto, sin provocar que éste se resienta por un lirismo que fluye a lo largo de sus venas.
El fotógrafo belga es una novela de múltiples lecturas, porque es un relato marcado por una era que teóricamente nos define - la globalización - en su indefinición: lo que encontrará Waldo Pereira no es más que la sombra de una existencia erráticamente justificada en la injustificación de un presente vacilante entre verdades e identidades.
La novela se abre con una cita de René Char: «Solo podemos vivir en lo entreabierto, exactamente en la hermética línea divisoria de la sombra y la luz. Pero somos arrojados irresistiblemente hacia adelante. Todo nuestro ser presta ayuda y vértigo a este impulso».
Poner un epígrafe a un libro es una tarea grata, de reconocimiento de influencias o empatías. De alguna manera, con el epígrafe el autor se inventa una genealogía o una tribu literaria, pone a su libro en relación con autores que siente cercanos a su propio proyecto. En el caso de René Char, mi primer contacto con su poesía fue a través de la música. Hace ya unos treinta años, la primera vez que escuché Le marteau sans maître de Pierre Boulez (con textos de René Char), me conmovió la belleza de la música, pero de inmediato me pregunté quién sería ese poeta que había gatillado al músico. Leo mal el francés, pero con ayuda de traducciones y diccionarios he estado cerca de Char desde entonces. El fragmento que aparece en El fotógrafo belga pertenece a un poema titulado En camino, y Waldo Pereira es justamente un hombre que está siempre en movimiento, digamos “arrojado irresistiblemente hacia adelante”. Además, me doy cuenta ahora al comentarlo contigo, el único libro que lee Waldo Pereira (en su temporada en Barcelona), es On the Road de Jack Keruac. Paradójicamente, si hay poetas franceses que viajaron poco, uno de ellos es René Char.
Permítame insistir en una idea: “Los cantantes tiene pánico al olvido, lo mismo que yo”, dice Waldo en un momento de la novela. Esta novela parece ser un homenaje a la vivencia de nuestros olvidos. A las roturas de los pasados, a las vacilaciones de los presentes.
Lo que se olvida será siempre muchísimo más de lo que se recuerda, la memoria es gigantesca y colectiva mientras que el recuerdo es algo individual. Tal vez la memoria es como los siete océanos juntos y el conocimiento individual un barquito a remos, navegando cerca del Triángulo de las Bermudas (risas) y el tripulante de este barquito, para entenderse a sí mismo y comunicar sus vivencias elabora mitos, poemas, novelas. En El fotógrafo belga el personaje se enfrenta a la posibilidad de, como él mismo dice, “reconstruirse a sí mismo” mediante la escritura. Para conocerse, para recordar quién es, Waldo Pereira se hunde en su memoria y saca de allí un relato que debería ser “la historia de su vida” pero rápidamente se da cuenta de que está construyendo un personaje, ese otro que somos cuando hablamos de nosotros mismos: es decir se da cuenta de que está haciendo literatura.
Al hilo de esto, ¿podríamos decir que El fotógrafo belga es un canto narrativo de la soledad ?
La soledad de Waldo Pereira compartida con algunos amigos suyos, Pecos del Perú, David Soler, Hassan, con algunas mujeres como Mónica o Karilé de Lituania. Sí, la novela podría leerse como un canto narrativo a la soledad compartida.
Waldo Pereira es un personaje como sacado de nebulosas. Parece sólido, mas es frágil. ¿Cómo llegas a componerle su geografía ?
Esa “ingravidez pesada” de Waldo Pereira es un efecto de escritura. Hubiera sido imposible proponerme crear un personaje así: se fue constituyendo en los años de elaboración de la novela. Creo que esta “ingravidez pesada” se debe a su permamente desplazamiento, es decir a su falta de casa. Waldo Pereira comienza a viajar un día en su ciudad natal y no se detiene más. La novela rescata ese largo viaje por distintas ciudades y continentes. Waldo Pereira es frágil como ciudadano, como amigo, como fotógrafo profesional, pero es sólido al enfrentarse a sí mismo cuando escribe sus cuadernos.
Convivir durante más de cinco años con Waldo Pereira parece un misión suicida. Me refiero al tiempo que tardó en escribir El fotógrafo belga. ¿Ha logrado dejar atrás al personaje?
Crear un personaje es crear un conocido. A veces me encuentro con personas que me recuerdan a alguien y termino dándome cuenta de que me remiten a un personaje de novela o cine, un personaje ficticio, incluido alguno de mis propias novelas o cuentos. Por supuesto que conozco a Waldo Pereira y no me abandonará por el resto de mi vida. Capaz que uno de estos días me escriba un mail o llegue a golpear a mi puerta. Mientras no intente hacerme un foto, todo bien (risas).
¿El de Waldo Pereira es un viaje de búsqueda o un viaje de huida ?
Hay un movimiento de huida, de alejamiento de su centro original, familiar. Waldo Pereira es un tipo joven, castigado por la dictadura chilena a través de la tragedia de sus padres, y cuando parte de viaje de alguna manera va huyendo. Pero con el tiempo su desplazamiento se convierte en una búsqueda. ¿De qué? Del origen de su dolor, que es como decir el origen de la vida: el paisaje desolado del sur de Marruecos, la barbaridad del Sahara, es para Waldo el escenario de esa búsqueda que todos sabemos adónde conduce: a la muerte.
Entender tantas voces, escuchar todos esos mundos: es muy llamativa la estructura de la novela. ¿Cuán central es la fracturación del relato para el hilo de la narración ?
La fragmentación del relato se da de manera natural. Waldo Pereira nunca está mucho tiempo en un mismo lugar. Escribe mientras viaja desde Larache, en el noroeste de Marruecos, hasta la aldea de M`Hamid, cerca de la frontera con Argelia. En sus cuadernos se mezclan y alternan los recuerdos con la vida cotidiana, me refiero a su experiencia inmediata como extranjero, viajero cada vez más pobre, sobreviviente en pueblos perdidos del sur marroquí. En las condiciones en que lo hace no puede sino escribir en fragmentos. No obstante, todo su periodo barcelonés lo relata de un solo envión, al punto que una amiga me decía que es como una novela dentro de la novela, lo que no me parece mal.
La novela es escrita por un chileno y a diferencia del gran lote literario actual de su país, su libro se aleja de los lugares comunes de esa literatura. ¿Hacia dónde te conduce este desprendimiento?
Sobre mis colegas escritores chilenos me tengo prohibido hacer declaraciones: son fieras de colmillos afilados y mejor no meterse con ellos (risas). Roberto Bolaño se divertía mucho denostando a los autores chilenos y la verdad es que en la actualidad no hay mucha literatura chilena que merezca una relectura, pero este criterio es válido para todos los países y lenguas, de modo que no vale la pena insistir en ello. Comencé a escribir muy temprano – la primera vez que me publicaron un texto semi literario tenía doce años – y siempre me he mantenido alejado de talleres literarios, pandillas generacionales, clubes de caza y pesca, etc. Creo firmemente en las posibilidades del viaje creativo en solitario, y si bien mantengo relaciones muy ricas con escritores y artistas de varias nacionalidades, en literatura sólo me fío de mí mismo y quizás de dos personas más, cuyos nombres son parte de mi intimidad.
Pablo Gámez.