PRÓLOGO

Edición bilingüe de Navegar el silencio / De Stilte bevaren. Traducción de Margoth Engelmann. 1984.


Hacia 1983 había escrito mucho, pero los poemas de Navegar el silencio son los primeros que ordené para dar forma a un libro: tenía 28 años y hacía 4 que vivía en Arnhem, Holanda. Esta primera etapa holandesa había sido turbulenta, incluida una breve encarcelación por falta de documentos y una campaña solidaria de amigos y desconocidos que impidió que me deportaran. Ese mismo año obtuve una beca de un organismo holandés (UAF) y di exámenes para ingresar a la universidad, los aprobé y dejé de ser un indocumentado para convertirme en estudiante universitario.

Hablar de uno mismo es casi obsceno, pero mientras Margoth traducía los poemas al holandés, lengua tan diferente de la española – latinoamericana – chilena en la que fueron escritos, yo pensaba en aquello que escribe Octavio Paz en El arco y la lira: ‘Cada texto es único y, simultáneamente, es la traducción de otro texto. Ningún texto es enteramente original porque el lenguaje mismo, en su esencia, es ya una traducción: primero, del mundo no verbal y, depués, porque cada signo y cada frase es la traducción de otro signo y otra frase’.

Cada uno de estos poemas, después de una amorosa, rigurosa re-elaboración, quedaría convertido en un texto en otra lengua, palabras escritas en un idioma que apenas balbuceo, en ningún caso ‘mis’ poemas y menos todavía lo traducido a ellos desde mi experiencia particular, anterioridad no verbal de la escritura.

En principio el poema solo tiene sentido para mí: una vez escrito ya no me calma la vibración en el sistema nervioso, el afán musical, la constatación o el hallazgo: una vez escrito tengo que escribir otro o acercarme al río o leer a Juarroz o soñar que me reviento un ojo.

El poema queda en la página, mi versión de un momento que viví a pesar de mí mismo o afanosamente buscado. ¿Y de dónde saca uno la idea de que los desechos de este diálogo - discusión con uno mismo puede interesar a terceros?

Se necesita se un gran creyente en uno mismo para hacer público un poema, o un gran cínico que bien sabe que hoy el arte se puede reducir a una seca sacada de lengua o una sabrosa cumbia con la Nada, que baila estupendo.

Ricardo Cuadros.